Brihuega, villa alcarreña.

 

Brihuega, ciudad de la Alcarria.


BRIHUEGA

 

Brihuega en el siglo XIX. 

Felipe V - El general Hugo en Brihuega.


Brihuega se sitúa en la orilla derecha del Tajuña, mirando hacia una amplia vega fresca y verde, en la carretera CM 2011 de Guadalajara, después de pasar Torija. Es una ciudad antigua, con arqueología del briocense, rodeada de campos fértiles que riegan las aguas frescas del Tajuña y antes rodeada de murallas. En la actualidad viven 2816 vecinos (2024).

Siguiendo a los autores que visitaron España y Brihuega durante el siglo XIX tenemos que...


La vega del Tajuña.



Cerca de Gajanejos y de Guadalajara y a unos 97 km al noreste de Madrid, Brihuega es una pequeña ciudad a orillas del Tajuña que posee una bella manufactura de paños a imitación de los de Holanda.


Hoy, las abejas que liban en los campos de lavanda de Brihuega 
producen una miel de excelente calidad.


Las llanuras de Brihuega que forman la Alcarria se encuentran a 8 leguas al este de Torija. Esta bella cuenca, tan rica en trigo, era al principio un vasto lago. Debe su fertilidad a una rica capa de marga roja y a las numerosas corrientes de agua que la riegan. Está a unos 1300 metros de altitud, sus verdes colinas están cubiertas de arbustos aromáticos lo que da a la miel que ahí se recoge una calidad superior [1].


Colinas y bancales rodean Brihuega.


Las calles de Brihuega son duras y sinuosas, casi todas con cuestas pronunciadas, mal empedradas y por lo general sucias. La construcción de sus iglesias es tosca. En la cima de la villa, están las ruinas de una antigua fortaleza árabe [2].


Entrada a Brihuega viniendo de Torija.


El pan de Brihuega se hace con un especial cuidado: el trigo, antes de llevarlo al molino, se lava, se limpia grano a grano y se seca en sábanas al sol; el de la villa de Hontanares, hecho con la más bella flor de harina, sería el mejor del mundo si fuera menos compacto y menos fabricado.


Panadería de Brihuega.
Hacen un pan artesano buenísimo.


En Molina de Aragón se explotaba antes una mina de turquesas, ahora abandonada; en la provincia de Sigüenza, se encuentran las ricas salinas de Aymón y Sahelices, provenientes de fuentes saladas; Trillo y Sacedón poseen aguas minerales muy estimadas; se hace mucho carbón en los bosques que cubren las llanuras de la provincia; el sílex de Brihuega proporciona buenas piedras de fusil.

Hay en Brihuega una bella manufactura real en la que trabaja toda la población, proporciona paños que rivalizan con los de Guadalajara. Las dos manufacturas dependen de la misma dirección.

Pocos lugares están tan bien provistos de agua, algunas fuentes de pueblo, en esta provincia, serían por todas partes una curiosidad por su volumen y, aunque de una arquitectura simple, no se encontrarían en absoluto fuera de lugar por el decorado en nuestras grandes ciudades. El manantial del ancho arroyo que de Cifuentes va a caer sobre el Tajo en Trillo forma un amplio depósito al pie del monte San Cristóbal.

A su alrededor, se encuentran Sigüenza, Torija, Hita, Cogolludo, Jadraque, Solanillos, Budia y Trillo.

Sigüenza es la cabeza de partido de una diócesis cuyo obispo tiene ingresos de varios millones de reales: conservaremos durante mucho tiempo el recuerdo del Sr. Guerra en esta villa, hombre respetable que durante el ejercicio de esta elevada dignidad ha dedicado su inmenso capital a fundaciones útiles. Ha mandado construir fuera de los muros de la antigua villa y en los alrededores del Henares hermosas calles trazadas a la cuerda y una gran casa de caridad en donde se cría y se instruye, en los oficios más útiles, un gran número de huérfanos de ambos sexos.




Recuerdo de nuestro premio Nobel Camilo José Cela a su paso por Brihuega antes de escribir "Viaje a la Alcarria".


Este digno prelado que, aunque la Inquisición no ha mandado quemar a nadie, ha mandado construir el único y bello paseo que hay en la villa. La catedral es un vasto edificio que merece visitarse; en el interior, y a la derecha al entrar, nos sorprende la vista de un gran cuadro dividido en partes de un pie de altura representando cada uno el retrato, en las llamas, de algunos desgraciados condenados por la Inquisición de la región. Debajo de cada uno de estos retratos, entre los que se distinguían muchas mujeres y ancianos, se encontraba el nombre de la víctima y la fecha de su martirio. Odiosos monumentos de la barbarie de algunos sacerdotes tan fanáticos como ambiciosos, esos cuadros eran ahí la prueba de sus celestes atribuciones.

Un recinto de gruesas murallas y flanqueadas por torres encierra la antigua villa de Sigüenza. El castillo está fortificado de la misma manera. Treinta mil fanegas de trigo que allí encontramos sirvieron para nuestras provisiones.

Torija, pequeña ciudad que se encuentra en el cruce de caminos entre Zaragoza y Brihuega; está rodeada de una buena muralla almenada; un viejo castillo se añade a su defensa. Al estar situada a medio camino de esta última ciudad en Guadalajara, a la cabeza de un desfiladero largo y estrecho, en medio del cual pasa el camino; como tiene bajo sus muros una de las fuentes más bellas de la provincia, “Torija me pareció un puesto que había que ocupar, tanto como punto de reunión para las operaciones en Hita, Cogolludo, Jadraque, Sigüenza y Trillo, como para dominar a gusto y sin obstáculos la gran llanura que separa el Henares del Tajuña [3].”



La fuente de los 12 caños.


Hita, pequeña villa en parte destruida al pie oriental de un montículo muy elevado y completamente aislado en el campo, a tres cuartos de legua del Henares. Las ruinas de un viejo castillo cubren la cima de este montículo igual de elevado que la gran llanura que avecina. Algunos fragmentos de un viejo recinto atestiguan que esta villa ha estado antes cerrada y fortificada.

Cogolludo, pequeña villa en los contrafuertes del Guadarrama; está rodeada de un recinto amurallado donde se encuentra uno de los palacios de la Casa de Medinaceli.

Jadraque es una villa en la margen izquierda del Henares a la que se llega por un puente de madera. Se ven las ruinas de un viejo castillo. Ahí, la reina Isabel de Farnesio mandó detener, para enviarla fuera de España  a la princesa de los Ursinos que Felipe V había enviado delante de ella.

Budia, población en el fondo de una estrecha garganta, a media legua del Tajo pasando por el puente de Pareja.

Trillo es una pequeña villa a orillas del Tajo, a cuatro leguas de Brihuega. A un cuarto de legua más o menos se encuentran al otro lado del río las aguas sulfurosas. En la villa hay fábricas de botones; el arroyo de Cifuentes desemboca en el Tajo, debajo del puente, justo después de una bien bella cascada.




La fuente de los 12 caños de donde, en pleno verano, brota una abundante y fresquísima agua.


La reina Isabel pasó la primavera (1503) en Alcalá y se decidió a salir porque los calores del verano eran excesivos y porque ella acababa de perder también a Juan Chacón, gobernador de Cartagena, uno de sus principales ministros, que unas ardientes fiebres se lo habían llevado en poco tiempo. Entonces, afligida por las frecuentes desgracias que le pasaban y temiendo por sí misma, partió de mañana hacia Madrid y Jiménez de Cisneros, su confesor, se fue a Brihuega, lugar agradable en las montañas, expuesto al septentrión y rodeado por todas partes de fuentes de agua fresca. 

Antiguamente, los principales canónigos del cabildo de Toledo tenían en Brihuega casas para retirarse a descansar durante los tórridos calores del verano castellano. Este burgo era propiedad de los arzobispos en virtud de una donación  del rey Alfonso VI. Cuando la corte salió de Alcalá en junio de 1503, el Cardenal Jiménez de Cisneros se dirigió a Brihuega cayendo enfermos él y todo su séquito. 

De ahí, marcharon en seguida a Santorcaz, no muy lejos de allí, donde Cisneros había estado bastante tiempo prisionero a causa de sus luchas por el arciprestazgo de Uceda donde se recuperaró por completo [4]A penas se hubo recuperado para regresar a Alcalá cuando tuvo que volver deprisa a buscar a la desafortunada infanta Juana. La reina misma llegó unos días después y, por consejo de Jiménez de Cisneros, dio la orden de equipar enseguida en el puerto de Laredo la flota que debía llevar a la princesa a Flandes. 





BRIHUEGA, ESCENARIO DE LA GUERRA DE SUCESION 1710

A 8 kilómetros al sudeste de Brihuega, el 9 de dieiembre de 1710 tuvo lugar un episodio importante de la guerra de Sucesión que enfrentó al ejército francés de Felipe V contra las tropas inglesas de Carlos II: fue el encuentro en Brihuega y la batalla de Villaviciosa. Ese día, el duque de Vendôme, a las órdenes del futuro Felipe V de Borbón, hizo prisionero al general inglés lord Stanhope, aliado de Carlos II, junto con el conjunto de la tropa inglesa que se componía de unos 5000 hombres [5].


El siguiente texto ha sido extraído de la obra BATAILLES FRANÇAISES del General HARDY DE PERINI. Tomo VI. "Les armées sous l’ancien régime". 1700 – 1789. Paris.

(239) El archiduque Carlos entró en un Madrid desierto y hostil, con alemanes, ingleses y holandeses, autoproclamándose rey de España. Pero diez días después, amenazago por Felipe V, tuvo que abandonar la capital y huir a Toledo.


LAS ÚLTIMAS VICTORIAS DEL GENERAL VENDÔME.

El rey de Francia Luis XIV, a petición de su nieto, el futuro Felipe V, le había enviado al general Vendôme. Al unirse a Felipe V en Valladolid, se encontró con 15.000 españoles bien armados, alimentados y pagados, que exigían marchar contra los herejes para vengar la captura de Zaragoza.

El 8 de diciembre, el rey y Vendôme se encontraban en Guadalajara cuando supieron que Stahremberg había repartido sus tropas entre los ríos Henares y Tajo, al pie de las montañas que separan Castilla de Aragón, en comarcas de fácil acceso y suficientemente próximas para prestarse auxilio mutuo con prontitud y facilidad.

Stanhope contaba con ocho batallones angloholandeses y con ocho escuadrones en Brihuega, una pequeña fortaleza con un buen castillo, que se encontraba a la cabeza de todos los cuarteles enemigos, a la entrada del territorio que Felipe V se vio obligado a cruzar para unirse al Marqués de Bay. Stahremberg había regresado y esperaba enseguida al cuerpo alemán destacado en Extremadura para plantar cara al Marqués de Bay.

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[1.-De Bay era demasiado débil para enfrentarse solo al ejército victorioso de Stahremberg, pero estaba en posición de hostigarlo y de abrirse paso hasta el rey, si este acudía a él. Cita de Saint-Simon.]




Catedral de Brihuega dedicada a la Virgen de la Peña.


Brihuega (9 de diciembre de 1710)

Vendôme convenció a Felipe V de la necesidad de atacar repentinamente a Stanhope en Brihuega, rodearlo y obligarlo a deponer las armas antes de que Stahremberg, que se encontraba a cinco leguas de Brihuega, tuviera tiempo de intervenir.

El 9 de diciembre, a la una de la madrugada, partieron seis regimientos de dragones y dos de caballería, al mando del capitán general marqués de Valdecañas, y todos los granaderos del ejército, reunidos por el marqués de Thouy. Al amanecer, llegaron a Turica.

Felipe V y Vendôme les siguieron con el ejército.

«Al mediodía», relata el Chevalier de Bellerive, capitán de dragones, «estábamos frente a Brihuega. Valdecañas nos hizo formar en una viña muy pedregosa. El enemigo ni siquiera tenía tambores en el campo, pero nos gritaban desde las ventanas del pueblo».

—¿Adónde vais, pobrecitos? ¿Habéis venido a pedir explicaciones por vuestra derrota en Zaragoza? Os vamos a rematar.

Nosotros respondimos:

"Os daremos los violines Vendôme".

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[1.- Más información en Historia de las últimas campañas de Luis José, duque de Vendôme, por el caballero de Bellerive, capitán de dragones, testigo presencial. París. 1714.

2. Vendôme trajo una tonelada de brandy y brindó con los soldados, llamándolos «mis hijos». Un soldado español le recordó que en 1693 en Marsaglia, estando a cargo de la gendarmería, dijo: «¡Buen cuartel a los españoles!».

—Bueno —respondió Vendôme—, disparad contra esos malditos gorros rojos tantos tiros como disparasteis contra mis gendarmes. —Bellerive.]




Capilla de la catedral de Brihuega.


Brihuega, 9 de diciembre de 1710.

El rey mandó cruzar los dos puentes del Tajuña. A las siete de la mañana, las baterías comenzaron a disparar; pero los ingleses hacían un gran fuego por las ventanas y los tejados, al que los generales estaban muy expuestos.

Los granaderos, 100 hombres escogidos de cada batallón de la guardia española y valona, ​​y 50 voluntarios aportados por cada uno de los otros 22 batallones, asaltaron la puerta de Brihuega cuando el cañón y la mina habían hecho allí un orificio suficiente.

El terrible fuego inglés obligó a los atacantes a retroceder. Vendôme tomó una pistola de su silla y se dirigió a la brecha, diciendo al rey que lo acompañaba: «¡Si esta gente disparara con precisión, Su Majestad y yo ya estaríamos muertos!».

Thouy, Gormaz y Rupelmonde atravesaron la puerta derribada. Los ingleses incendiaron las primeras casas y lucharon calle por calle, casa por casa, hasta llegar a la plaza. Intentaron llegar al castillo, pero los guardias valones les cortaron el paso. A las siete de la tarde, Stanhope estaba arrasando.

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[1. "Cuando estaban a punto de hacer el tercer asalto a Brihuega, el conde de San Esteban de Gormaz, capitán general de Andalucía, vino a unirse a los granaderos más avanzados, con su casaca, con la peluca bajo el sombrero y la espada en la mano, como un simple voluntario.

El capitán de granaderos le explicó que ese cargo era indigno de un grande de España.

« Ya sé lo que me vas a contar», respondió Gormaz con frialdad. «Pero mi padre, el marqués de Villena, duque de Escalona, ​​virrey de Nápoles, prisionero de los imperiales durante mucho tiempo, está siendo tratado vergonzosamente en Pizzighetone, encadenado, sin que nadie haya querido pedir rescate por él. Los principales generales imperiales e ingleses están en Brihuega; estoy decidido a capturarlos para liberar a mi padre o morir en la lucha».

Hizo lo que le habían dicho, tomó algunos generales de sus manos y leyó el acuerdo con su padre. Cita de Saint-Simon.]




Murallas de Brihuega y la Puerta de la Cadena.



Felipe V encargó al conde de Aguilar que estableciera los términos de la rendición. Stanhope, los tenientes generales Fernandez, Carpentar y Vils se rindieron como prisioneros de guerra con sus tropas, cañones, municiones, bagajes y el enorme botín traído de Aragón.

Al día siguiente, a las diez en punto, los prisioneros aún no habían evacuado el castillo de Brihuega cuando oyeron el cañón de Stahremberg, que acudió en su ayuda, en formación de batalla, lenta y metódicamente al estilo inglés. Stanhope, fiel a su palabra, no rompió la capitulación, a pesar del temor de Felipe V, y se dejó llevar con sus tropas a la ciudad, donde tenía órdenes de retirarse.

Mientras que la infantería española conseguía este gran éxito, la caballería, situada en las alturas de Villaviciosa, bloqueaba el camino a Stahremberg.

Villaviciosa (10 de diciembre de 1710).

Al día siguiente, entre las dos y las tres de la tarde, los ejércitos se enfrentaron en dos líneas cerca de Villaviciosa, dos leguas al norte de Brihuega. El Ejército Español apoyó su derecha contra un gran barranco, la izquierda contra un pequeño olivar. Su centro, compuesto íntegramente por infantería, se enfrentaba a un terreno desventajoso, cortado por barrancos y muros de piedra seca de dos pies y medio de altura, que dificultaban mucho el avance de la caballería. La artillería, a ambos lados, estaba distribuida por todo el frente.



Recuerdo del asalto francés de Felipe V en 1710 a la ciudad de Brihuega contra los ingleses.


El conde de Las Torres, mariscal de batalla, que había trabajado con tesón para organizar el ejército, se acercó a Vendôme para decirle: «Estamos en una posición ventajosa gracias a estas murallas».

—Bien, señor —respondió Vendôme—, ¡pero primero marchemos contra el enemigo!

—Imposible, estos muros bloquean el paso.

—Bueno, derribémoslos.

Vendôme desmontó y asestó el primer golpe con su pico.

—Caballeros —dijo a los generales—, que cada batallón abra una brecha frente a él y, en cuanto se abra el paso, formen una formación de batalla para ganar terreno. 

Dejó al rey en el ala derecha y, tras inspeccionar el centro, se dirigió al ala izquierda, donde se encontraba su puesto de batalla. Encontró a su caballería muy bien organizada por Aguilar.

Stahremberg, al verlo, disparó dos cañonazos.

«Estos caballeros acaban de saludarnos», le dijo a Mathamor, jefe de la artillería española. «¡Devolvamos el saludo con una salva general!».

Y comenzó el cañoneo. Vendôme indicó a cada general la posición que debían ocupar y la misión que debían llevar a cabo y les dio la contraseña: Felipe Quinto.

Los dos ejércitos estaban a tiro de fusil y no podían moverse sin ser vistos por el enemigo.






Vendôme pasó de escuadrón en escuadrón y de batallón en batallón para supervisar la compostura de los soldados. Los que padecían frío o habían quedado lisiados por las largas marchas así como los reclutas recién alistados que veían el fuego por primera vez, todos competían en ardor con los viejos veteranos. Se podía leer en sus ojos la impaciencia por llegar a las manos y vengar la afrenta de Zaragoza.

Stahremberg contaba con dos morteros y veinte cañones. Colocó nueve en una batería frente a su ala derecha, de la que había tomado el mando. Esta batería, donde se veía a un oficial con casaca roja, montado en un caballo blanco, abrió grandes brechas en los dragones irlandeses de Kilmaloch, quienes, sin embargo, permanecieron impasibles bajo la lluvia de balas de cañón. El capitán d'Heilly perdió dos caballos bajo su mando, y su joven hermano, voluntario en su compañía, quedó partido en dos junto a él.

Vendôme se había adelantado 100 pasos a sus tropas para reconocer mejor la posición enemiga. Envió, a través de su escudero Buffet la orden al Teniente General de Lavera de avanzar con seis cañones hacia al centro para disparar contra la guardia del Archiduque y la caballería que la apoyaba.

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[Vendôme los llamó los carniceros del ejército. Perdieron la mitad de sus tropas. Entre los muertos estaba el capitán D'Abbeville.].


Estos seis cañones, estratégicamente ubicados por Mathamor, causaron tremendos trastornos al enemigo. Cada disparo mataba a muchos batallones; las balas de cañón rebotaban en la caballería, tomándola por sorpresa.

Tras el duelo de artillería, las trompetas y los tambores marcaron la carga general y particular. Felipe V, espada en mano, lideró la caballería del ala derecha y atacó a los escuadrones del ala izquierda enemiga. Los derrotó y los obligó a replegarse tras la infantería y la artillería del centro, que, a corta distancia, lanzaba terribles descargas.





El agua fresca de los 12 caños de Brihuega.


Pero la caballería española, inspirada por el ejemplo del rey, derrotó a la infantería enemiga y se apoderó de los cañones. Stahremberg formó entonces su mejor infantería en cuadro, como lo había hecho el conde de Fontaine en Rocroy. Colocó los cañones de la primera batería y lo que quedaba de su caballería en los flancos del cuadro, con los dragones detrás. «No se podía ver una disposición mejor».

Vendôme lanzó contra la plaza a la Guardia Valona, ​​al mando de su teniente coronel, el conde de Mérode. Recibidos con 5.000 disparos de fusil y carabina, los guardias tuvieron que ceder; Stahremberg cargó contra ellos y, tras dos horas de derramamiento de sangre, la victoria aún estaba dudosa.

Vendôme se lanzó a la lucha con la Casa Real y la caballería del ala izquierda. Stahremberg se mantuvo firme con valentía. Sin la intervención de Felipe V, quien irrumpió desde el ala derecha con sus guardias españoles y el regimiento de la Reina, quienes completaron el cerco de la plaza, se habría abandonado el intento de romperla.




Calle de la Cadena de Brihuega tras pasar la puerta de La Cadena.


Vendôme finalmente flanqueó el frente derecho y capturó nueve cañones. La infantería alemana y portuguesa, diezmada, se reagruparon en pequeños pelotones y se retiraron con orgullo, decidida a morir antes que rendirse. Los dragones de Caylus invadieron el campamento enemigo y se apoderaron de 80 carros.

Se acercaba la noche; el coronel general Mahoni, de los Dragones, envió a Stahremberg un tambor para instarlo a rendirse. Stahremberg contuvo el tambor y aprovechó una densa niebla y las curvas del terreno le permitieron reagrupar a sus batallones y escuadrones y retirarse a Cifuentes. Abandonó a Felipe V su artillería, estandartes H, 54 banderas, 10 pares de címbalos, 6000 muertos, 3000 heridos y 3200 prisioneros. [6]

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[-1. Había una gran cantidad de carruajes; el botín enriqueció no solo a los dragones, sino también a los campesinos de los alrededores que habían acudido con carretas para cargar todo lo que pudieran. Los monjes del convento de Villaviciosa tampoco se olvidaron de acudir. Vendôme, por su parte, recogió un pequeño perro herido y abandonado al que llamó Déroute y que nunca se separó de su lado. 

-2. «Los seis regimientos de dragones que cerraban nuestra izquierda, Qrimaud, Marimon, Ossona, Valtejo, Caylus y Kilmalock, aunque muy debilitados por los diversos encuentros que habían tenido hasta la Batalla de Zaragoza, se distinguieron por su gran vigilancia y coraje, animados como estaban por la audacia y el valor de sus oficiales». ]



Durante esos dos días, 2.500 españoles habrían muerto o sufrieron heridas.

Felipe V tenía veintisiete años; a pesar del frío y la fatiga, su robusta constitución había resistido las marchas forzadas, día y noche, que Vendôme le había hecho emprender desde Madrid hasta Alcalá y Guadalajara.



Las calles estrechas de Brihuega
protegen del ardiente calor del verano.

Pero al anochecer de la batalla, tras haber cabalgado a caballo durante cuarenta y ocho horas sin apenas desmontar, estaba exhausto y, según la expresión popular, se estaba quedando dormido. Le echaron una capa sobre la nieve endurecida y se echó a dormir. Vendôme mandó traer las 54 banderas y los 14 estandartes ingleses, holandeses, palatinos y catalanes; cubrió con ello al durmiente y decoró su tienda. Al día siguiente, al amanecer, le dijo a su valiente estudiante de guerra, quien se sorprendió bastante al despertar bajo mantas de seda, bordadas con escudos de armas y lemas de oro y plata:

-«Su Majestad durmió en la cama más hermosa en la que jamás durmió un rey».

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[1.-Murieron el teniente general de Delcastel, Wetzel, comandante de los Palatinos, el conde de Tallaga, general de los portugueses, Antonio Villarel, castellano que sirvió al servicio de las Cartas del archiduque, etc. 

2. Bellerive cita como distinguidos particularmente en Brihuega y Villaviciosa, al marqués de Moya, coronel de infantería de Saboya, Guillermo Veltouen, Kilmalock y Marimon, maestros de campo de dragones (muertos); Francisco da Rivaldo, coronel de fusileros de Flandes, el vizconde de Mirarcasar, el caballero de Alagón, los señores de Loya, de Ornais, de Monbardón y de Arson, oficiales de la guardia personal; Luis d'Aponte, mayor general de la infantería española; los tres coroneles MacDonel, MacAoli y Combefort, de la brigada irlandesa de Castelar; el coronel saboyano Magdelin de la Tour; el sargento general de caballería Gomiécourt, y su hermano, maestro de campo; el conde romano de Fantagourchi, coronel de Molfeto-cavalerico; el comandante de Rousses, coronel de caballería de Milán; Ockalagan, coronel retirado; el marqués de Crèvecoeur y Pedro Ronquillo, mariscales de campo; el caballero de Lot, el teniente coronel de los dragones valones (heridos), el capitán general de Thouy, el teniente general Joseph Almendares, el mariscal de campo Joseph Amesaga, los coroneles marqués de Franclieu y Jean de Torcy; Cront, teniente coronel de los dragones de Kilmalock, etc.]




Nos acercamos a la fuente de los 12 caños.


El 12 de diciembre de 1710, Felipe V y Vendôme marcharon a Zaragoza, donde llevaron 11.257 prisioneros de los vencedores del 25 de agosto. Fue una entrada triunfal.

Stahremberg, perseguido vigorosamente por la caballería española de Bracomonte y Vallejo, tuvo grandes dificultades para alcanzar al Archiduque en Barcelona con los 5.000 o 6.000 soldados exhaustos que le quedaban.

Don Pedro de la Vega fue a Marly a llevar la noticia de estas inesperadas victorias, que aseguraron definitivamente el trono de España a la Casa de Borbón. Luis XIV estaba sentado a la mesa, rodeado de sus cortesanos cuando dijo:

«Para este sorprendente cambio en los asuntos de España», les dijo, «solo hacía falta un hombre más, y ese hombre era Vendôme».






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[1. Felipe V quería dar 120.000 piastras a Vendôme para los gastos de su campaña.

-«Dádselas, Señor», respondió Vendôme, «a los valientes y fieles españoles que, en 24 horas, os han preservado 44 reinos». (Cita de Bellerive).

Vendôme falleció en Vinaroz, en el Reino de Valencia, el 1 de junio de 1712, a causa de una indigestión. La autopsia reveló tres grandes cálculos en el riñón derecho, que le habían causado un dolor insoportable durante mucho tiempo, lo que explicaba su necesidad de descanso tras el esfuerzo que se imponía al marchar o combatir.

2. Berwick envió a España 21 regimientos de infantería, formando 35 batallones (Normandía, la Couronne, Beaujolais, Olorón, Damas, Tierarche, Villeneuve, La Baume, Sevé, Périgord, Toulouse. Forez, Soisonnes, Vermandois, Vivarais, Champigny, Egrigny, La Marche, Léon; 7 regimientos de caballería, Dauphin, Parabère, Anjou, Putlange, La Flèche, Valgrand, 4 regimientos de dragones, Castellas, Sommery, de Soie, des landes, formando juntos 28 escuadrones.]



Vista del lavadero detrás de la fuente.



LA GUERRA CONTRA NAPOLEÓN 

En 1810, las tierras de Brihuega fueron el escenario del general francés Hugo (padre del que será el escritor Victor Hugo), donde se encontraba con sus tropas combatiendo a las guerrillas para defender la causa de Fernando VII. De milagro, consiguió salvar el pellejo de su hermano Louis Hugo que había sido sorprendido por el jefe de las guerrillas. “Solo – escribió Mme Hugo – por toda compañía, el general Hugo había oído en Brihuega el ruido de la mosquetería”. [7]

El rey José I, esperanzado por los grandes servicios prestados por el general Hugo y por sus éxitos en el Tormes y en el Eresma, pensó que "yo (el general Hugo) podría someter a su obediencia la provincia de Guadalajara igual que yo había sometido la de Avila y para conseguir ese importante objetivo, me dio los más amplios poderes."


Recinto donde se encuentran los lavaderos.


La importante provincia de Guadalajara se encontraba comprendida dentro de las partidas designadas para los gastos de sueldo y de vestimenta de las tropas españolas, así como de las diferentes ramas de la administración. Esta provincia poseía manufacturas reales en Guadalajara y Brihuega donde se fabricaban paños célebres en toda Europa así como las ricas salinas de Aymón y de Saelices. Está situada en el centro de España y al pie de las cadenas montañosas que separan Castilla la Nueva de Castilla la Vieja y de Aragón. Estas cadenas, por un lado, se extienden al este por el reino de Valencia, algunas ramificaciones llegan hasta Murcia y hasta las Sierras de Andalucía, mientras que por otro lado, debido a los contrafuertes que van hacia el oeste se unen a los sistemas de Portugal. 


Los soportales protegen a los habitantes
del fuerte calor del verano. 



Brihuega es un pueblo tranquilo donde se pueden comprar productos locales y disfrutar del campo. 


Pero por esta misma posición, la provincia de Guadalajara servía de refugio a todas las bandas de partisanos que sufrían algunos reveses en algunas partes de España. Los partisanos como Mina, Villacampa, Tapia, Merino realizan incursiones con sus tropas de guerrilleros con frecuencia. Además, la provincia estaba ocupada por un numeroso cuerpo de insurgentes a las órdenes de don Juan Martín, llamado El Empecinado, cuya actividad, valentía y servicio le colocan en primera línea entre los guerrilleros célebres que han apoyado durante seis años una contienda contra los franceses.



Vista de la plaza mayor llamada Coso. 



La presencia de las tropas de El Empecinado impedía a las autoridades de las villas reconocer al gobierno de José Napoleón: esas autoridades no obedecían ninguna orden proveniente de Madrid y no pagaban ningún impuesto; en cuanto a los habitantes del campo, proporcionaban a los rebeldes armas, caballos, víveres y dinero.

El rey José sintía la necesidad de sacar partido de los recursos que pudiera ofrecer esta rica provincia y la de expulsar a las guerrillas pues en sus atrevidas incursiones preocupaban a los alrededores de Madrid y avanzaban hasta debajo del cañón del Retiro. Sin dudarlo, el rey José pensó en el general Hugo quien, tras haber pacificado la provincia de Avila, y cubierto Madrid contra las excursiones de las tropas ligeras del ejército anglo-portugués al mando de Sir Robert Wilson, era entonces gobernador de Segovia. Mandó a este general a Madrid y le dio las instrucciones necesarias, así como plenos poderes.




Dos regimientos de infantería, compuestos de franceses y de extranjeros (el Royal-Etranger y el regimiento de Irlanda), un regimiento español (el 1° de línea), dos regimientos de caballería (los caballos ligeros westfalianos y el 1° de cazadores españoles), con una batería de artillería, formaban el cuerpo destinado, a las órdenes del general Hugo, para pacificar la provincia de Guadalajara. Añadimos después un regimiento de húsares holandeses y numerosos cuerpos francos así como algunos destacamentos franceses. El 75° de línea y un fuerte destacamento del 64° ocupaban Guadalajara; pero el 75° de línea tenía otro destino. El total de estas tropas se elevaba a 4.500 hombres de infantería y 350 caballos. Las tropas de las que disponía El Empecinado ascendían a 10.000 hombres; su infantería, embravecida por los numerosos combates, se componía de regimientos de tiradores de Sigüenza, de los de voluntarios de Guadalajara y de Molina de Aragón. Su caballería, excelente y perfectamente montada, era fuerte de 800 jinetes y compuesta de cuerpos francos del Manco, de Sardina, de Mundideo y de don Damasco, todos jefes famosos de las guerrillas: este último era el hermano de El Empecinado.




La provincia de Guadalajara, que formaba con la zona de Sigüenza y una pequeña parte de la de Soria, así como el Señorío real de Molina de Aragón, el gobierno del general Hugo, no es más que, propiamente hablando, una vasta llanura bordeada al oriente por las montañas de Aragón, al norte, por la cadena de los montes de Guadalajara, al sur, por el Guadiana, y al oeste por la provincia de Madrid. Con el fin de expulsar al enemigo y de mantenerlo alejado, había que apropiarse de las principales desembocaduras de las montañas y de todos los puentes del Tajo, río a donde van todos los ríos que, surcando la provincia, forman profundos y ricos valles.


Oficina de turismo y antigua cárcel de  Carlos III.


En este plan se detuvo el general que decidió ocupar con buenas guarniciones, además de la villa de Guadalajara, las de Brihuega y Sigüenza con el fin de tener puntos de apoyo para sus columnas móviles y lugares donde pudieran descansar sus tropas, cargar víveres y munciones y dejar a los heridos y enfermos.

El general Hugo, que hizo la guerra en Italia en Fradiavolo, y que había conseguido destruir la banda de ese temible jefe, sabía que una persecución incesante y una actividad sostenida son necesarias ante todo para dispersar a los insurgentes e impedirles reunirse de nuevo después de haberlos vencido. Desde que él estaba en España, había estudiado las costumbres de las guerrillas, se había dado cuenta de sus recursos y de los medios que podían ser empleados lo más útilmente posible para destruirlos [8].





La partida del general Hugo fue acelerada por la noticia recibida en Madrid que el general Dombrowski acababa de ser vencido por El Empecinado entre Trillo y Brihuega. El general Hugo encontró a las autoridades de Guadalajara presa de la más viva inquietud. Es cierto que esta villa, abierta por todas partes, no está protegida por ningún atrincheramiento, las salidas ni siquiera están cerradas con puertas.

Después de haber puesto Guadalajara al abrigo de un ataque, el general francés al saber que El Empecinado se encontraba en el Tajo en los alrededores de Pastrana, se dirigió hacia este punto el 4 de junio de 1810, pero el jefe español se apresuró a volver a cruzar el río y se echó al monte a muchas marchas más allá. El general volvió a Guadalajara.


En  Brihuega existe un insólito museo de la miniatura.


A penas el general había tenido tiempo de dar a esta villa una guarnición suficiente para proteger a las autoridades mientras que él hacía la guerra en las provincias de su gobierno cuando recibió el aviso de que El Empecinado acababa de llegar a Trillo con la intención de pasar allí algunos días.

Queriendo sorprenderle, el general salió por la noche con los dos batallones de infantería (Real Extranjero) y un regimiento de caballería (los caballos ligeros westfalianos) sin artillería y sin equipaje, y marchó por el pueblo de Gualda a través de una huida sin interrupción de desfiles. Pero tanto en Trillo como en Pastrana, El Empecinado fue avisado de la llegada de los franceses y cruzó de nuevo el Tajo.


Algunas casas están rodeas de muros.  


El general Hugo permaneció algunos días en posición en Trillo para hacerse con informaciones sobre los proyectos futuros del enemigo.

El 12 de junio, un poco antes del amanecer, los franceses percibieron, en una altura vecina, a unos hombres que examinaban atentamente si podían descubrirlos. Este reconocimiento hizo pensar al general que no tardaría en ver al enemigo y de inmediato mandó reforzar, sin hacer ruido, los puestos.

En efecto, desde las cuatro de la mañana, los puestos situados entre el Tajo y el arroyo de Cifuentes fueron atacados y la cresta de la montaña semi circular, cuyas aguas se juntan delante de Sotoca, se cubrió de infantería enemiga que, para animarse en el combate, gritaban mil injurias a sus adversarios.


Entrada a las cuevas árabes.


La montaña estaba cortada a pico en casi todo el frente; del lado francés solamente algunos desprendimientos la hacían inaccesible. El Empecinado, al elegir este terreno, quería forzar a los franceses a atacarle con una gran pérdida y dirigirse hacia ellos por su derecha si se producía algún desorden en sus filas. Contaba entonces con obligar al general Hugo a desfilar por el camino de Brihuega bajo el fuego de su infantería y perseguirlo por ese camino igual que había perseguido al general Dombrowski. Estas disposiciones expresaban habilidad.

Desde los primeros disparos de fusil, el general francés avanzó sin ruido por el camino de Brihuega donde formó a sus tropas en batalla. Pequeños montículos sueltos les ponían a cubierto del fuego que el enemigo podía hacer llover desde lo alto de las crestas. Dos compañías de tiradores se lanzaron hacia adelante en las matas para contener a los tiradores enemigos.




Los volatineros se mantenían sin poder avanzar, el general los reforzó para obligar al enemigo a apoyar a los suyos y a descender por un terreno que hizo el asalto más fácil. Pero estos esfuerzos no impidieron que El Empecinado abandonara su posición y decidió desalojarlo desde las alturas.

Dos senderos en las laderas de la montaña semi circular conducían uno a la derecha hacia Sotoca y el otro a la izquierda hacia Cifuentes. El general situó a su izquierda, a cubierto por el terreno, el 1er Batallón del Real Extrajero, dispuesto a ascender el terreno a la primera señal. El resto del 2° Batallón, situado en la reserva detrás de la ermita, recibió la orden de seguir a los volatineros en el momento en el que se debilitarían tras los pasos del enemigo y de tirar siempre hasta que vio despejar las crestas opuestas.


Rincón de Brihuega.


La caballería ligera marchó hacia Tillo para ganar, desde allí, la retaguardia de la posición ocupada por El Empecinado y cortarle la retirada hacia Sotoca. En el momento en que el debilitamiento de la izquierda enemiga anunciara la llegada de estas tropas, el general Hugo debía atacar el centro ascendiendo los altos y, por una maniobra ulterior a la derecha de la posición ocupada por los insurgentes, buscar cortarles el camino de Cifuentes.

La caballería westfaliana se fragmentó; la izquierda enemiga, percibiéndose de este movimiento, cesó el fuego de la infantería para dirigirlo contra los westfalianos. El general vio entonces que había llegado el momento de atacar por la derecha para cortar todas las vías a la retirada.


Vista de la antigua muralla.


Los volatineros y el 2° Batallón recibieron la orden de ascender a los altos; el general se dirigió en su apoyo con el 1er Batallón por el sendero de Cifuentes. El fuego cesó entonces del lado francés y ya sólo se oyó el ruido de la carga [9].

Como el terreno no era favorable para la caballería, la caballería ligera no pudo alcanzar al enemigo cuya infantería estaba protegida por la marisma y cuya caballería, dispersa y poco numerosa, se retiró hacia Sotoca y cruzó el Tajo. La marisma permitió a El Empecinado de alcanzar su infantería después de Sotoca; los westfalianos vieron descender a los volatineros al paso de carrera porque la columna dirigida por el general Hugo les seguía de cerca lo que les alejaba de los peligros que les proporcionaba el terreno permitiéndoles buscar un paso. Durante este movimiento, los dos batallones se acercaban al enemigo obligándoles el fuego de los volatineros a retirarse hacia una garganta boscosa cuya apertura está detrás de la pequeña villa de Sotoca.


Vista de la plaza de toros.


Como los westfalianos se habían unido al grueso de las tropas y a la infantería enemiga, los pasaron a sable hasta la entrada de la garganta; pero allí, recibidos por un fuego muy intenso de mosqueteros se vieron obligados a replegarse hacia el resto de la tropa. Los heridos enemigos aprovecharon este movimiento retrogrado para llegar hasta los setos y librarse de una muerte que creían inminente pues El Empecinado no hacia prisioneros y se temían represalias.


Mirador desde donde se ve la plaza de toros
y donde se puede beber agua fresca de la fuente. 


Con la llegada de la infantería francesa hacia esta garganta, el enemigo decidió la retirada desapareciendo en el bosque donde el general Hugo no pudo seguirlos, pues la zona le era desconocida y no tenía un buen mapa. El general se vio forzado a detenerse en el terreno mismo donde la caballería westfaliana había terminado su carga. El Empecinado se retiró más allá del Tajo y desapareció. En esta operación, él había tenido unos cien hombres muertos o heridos; los franceses sólo contaban con un pequeño número de heridos.


Nos acercamos al arco de Cozagón.


El general Hugo contaba a sus órdenes con unos 900 soldados de infantería y con 250 jinetes. El 14 de septiembre de 1810, había atacado en Cifuentes a los 2400 hombres del Empecinado quien huyó a Brihuega vencido y quedando dispersada su cuadrilla. 

Se dirigió luego hacia Brihuega pero temiendo que los habitantes de esta villa manufacturera y muy poblada la abandonaran a su llegada, escribió a la municipalidad para garantizar su protección y la buena disciplina de su columna. Hizo su entrada en Brihuega el día de una gran fiesta religiosa; toda la población se encontraba delante de él hasta el puente del Tajuña; los magistrados y el clero se acercaron para presentarle los respetos y “yo les aseguré de nuevo la protección que les había prometido. Habiendo sabido, al hablar con el corregidor, que el clero no se atrevía a hacer la procesión, por temor a que yo me opusiera, insté enseguida a hacerlo y le anuncié que yo asistiría con toda la tropa de mi columna, a quienes di las órdenes oportunas.


Huertas bien trabajadas debajo del Arco de Cozagón.


Esta noticia se extendió rápidamente y causó tan gran alegría entre los habitantes que recibieron a los soldados con los brazos abiertos. Como la villa es pequeña, había poca gente de modo que unos de mis piquetes fueron fuera para observar el campo y los otros se quedaron en batalla en sus puestos. La caballería con sus bandas, el son imponente de los tambores, la escolta del Santísimo Sacramento, el conjunto de grandes honores militares hechos durante las bendiciones, y finalmente la bella vestimenta de toda mi tropa añadieron a esta fiesta una magnificencia desconocida en la región y que, durante mucho tiempo, fue objeto de conversaciones en la provincia preparando a la gente a nuestro favor [10].”


Arco de Cozagón. 


Cuenta el general Hugo "que mientras que todo se disponía para engalanar la procesión y para el Te Deum, fui a ver la ciudad, hice el informe sobre el estado de la situación de los almacenes de la manufactura en los que se encontraban varios miles de balas de lana merina de 100 kilos cada una; nombré a la guarnición que debía permanecer en la villa y ordené hacer las reparaciones necesarias para cerrar el recinto así como para cubrir la fábrica. Esta guarnición ocupó este interesante lugar hasta la evacuación de Madrid en agosto de 1812."


Entorno del convento de San José
y en frente  museo de miniaturas. 


El general Hugo se dirigió al día siguiente hacia Guadalajara. De regreso, dejó un puesto en el castillo de Torija, situado a mitad de camino entre Guadalajara y Brihuega.

Cuenta el conde de La Forest, embajador de Francia en España en aquella época, que el 18 de septiembre de 1810, el rey José I había llegado a las 8 de la mañana a Alcalá de Henares; recibió a las autoridades y se entrevistó con los profesores de la Universidad, “quienes esperaban ver volver a florecer, bajo el reino de un príncipe amigo de las artes y de las letras, un centro al que Alcalá debe en parte su celebridad.” Se dirige a Guadalajara el 19, donde visita la fábrica de lienzos, “sin duda el lugar de mayor consideración de este tipo en Europa…, habiendo sufrido mucho a consecuencia de las guerras.”


Plaza de Manu Leguineche.


Continúa el conde de La Forest diciendo que "su majestad se puso ayer (18 de septiembre) de camino, sobre las seis de la mañana. Su escolta está formada por una guardia, la caballería francesa, una parte del 28° regimiento de infantería de línea y un destacamento de artillería, con tres piezas de campaña. Las posiciones se ocuparon de tal manera que Su Majestad llegó ayer, temprano, a Guadalajara, y ha podido visitar la fábrica de lienzos establecidas allí. Le acompañan dos de sus ministros, los Sres. O’Farrill y Urquijo. Hoy 19, Su Majestad ha tenido que ir a Brihuega donde se encuentran otras fábricas y debía volver para dormir en Guadalajara, a menos, sin embargo, de continuar hasta Sigüenza."


Escudo del cardenal Cisneros.


"Al visitar las fábricas reales de lienzos en Guadalajara y Brihuega, antes florecientes y que alimentaban a 20.000 obreros, hemos apreciado que hoy contaban con tan solo 1.200 como mucho. El Rey ha prometido introducir máquinas destinadas al ahorro de mano de obra, empleadas en Francia con tantísimo éxito. Ha hecho más: ha dictado un decreto situándolas bajo custodia de la administración de la casa real tal como estaban antes a manos de la corona."


Convento de San José.


"El año pasado, nos ocupamos enseguida de la reforma de numerosos gastos imposibles de mantener. En particular, nos llamó la atención la gestión de las manufacturas por cuenta de la corona. A este grupo pertenecían las fábricas de lienzos de Guadalajara y Brihuega, la de helados de San Ildefonso, la de licores de Madrid, etc. Todas costaban anualmente sumas considerables. El vicio estaba quizá más en la administración de esos establecimientos que en la naturaleza de las cosas. Estaban sobrecargadas de empleados inútiles, no había ningún ahorro, los resultados de pérdidas o ganancias no interesaban a nadie. Se decidió suprimirlas, se hizo una lista de todo lo que podía venderse y la concesión se ofreció a los capitalistas que se encargarían de explotarlas por su propia cuenta. Las de los lienzos encontraron compradores y las demás, que necesitan financiación a base de importantes adelantos, cuya entrada es lenta y supone un lujo, se abandonaron completamente."


Homenaje al encierro de Brihuega. 


"Se ha hecho saber al Rey que una buena administración podría hacer prosperar esas fábricas igual al menos que las fábricas considerables de lienzos, montadas y sostenidas por la industria de particulares en Valencia, Murcia, Cuenca, Segovia, Estella, Béjar, Avila, Albarracín, etc; que no habían hecho más que menguar, al contrario, desde que la corona las había abandonado, porque, en las actuales circunstancias, el interés privado defendía lo mejor que podía lo que le pertenece aunque no se libraba a nuevas empresas; que finalmente, era útil a España que el Rey retomara dos establecimientos, que sólo él puede reanimar y donde él tiene el derecho de introducir máquinas que recomendaría en vano a las otras fábricas."


Entrada a la catedral.


"El Sr. Romero me decía esta tarde, alabando mucho el partido que ha tomado el Rey, que no podía disimular sin embargo que las fábricas españolas se elevaran poco por encima de las calidades secundarias sin la ayuda de los extranjeros; que debían mucho, de diferentes formas, a los franceses a quienes las tormentas revolucionarias han hecho huir a España; que le parecía imprescindible que el Rey atrajera con fuertes recompensas, tan pronto como pudiera, a hábiles obreros de Francia a Guadalajara y Brihuega que mostraran los mejores procedimientos. En esta afirmación hay verdad e ingenuidad. Yo me he callado ante los dos inconvenientes que tendrían parecidas medidas y sólo cito uno. No hay ni un solo francés, venido a España para dar la formación que habían aprendido en su patria, que no haya sido maltratado y expulsado tan pronto como pudieran prescindir de él" [11].


Cristo crucificado de la catedral de Brihuega. 


El rey José, encantado con los éxitos del general Hugo, le nombró gobernador de Guadalajara y se dispuso a visitar Guadalajara a donde llegó el 27 de septiembre de 1810. Repartió al general y a las tropas elogios y recompensas, ordenó que los oficiales recibieran sustanciosas gratificaciones como una indemnización de entrada en campaña y un mes de sueldo a los suboficiales y a los soldados.


San Isidro Labrador de la catedral de Brihuega. 


El general Hugo regresó a Brihuega donde continuó dirigiendo el desarrollo de las operaciones. Allí, al saber los guerrilleros se encontraban en los alrededores de Hita, se puso en marcha para combatirlos encontrándose con una columna que avanzaba hacia la aldea de Sopetrán. Esta columna rechazó el enfrentamiento y se retiró a Hita; pero apenas hubo perdido algunos hombres, su infantería se lanzó hacia las viñas y su caballería salió al galope para escapar de la carga que la amenazaba.


Interior de la catedral de Brihuega.


Los franceses siguieron al Empecinado en dirección a Cogolludo pero este no se detuvo ni siquiera para defender esta villa y llegó a los desfiladeros que están detrás. El general Hugo tomó posición en Cogolludo, se dirigió hacia Sigüenza donde se apoderó de la plata de la iglesia que habían escondido de los asaltantes, pues se habían dictado nuevas leyes ordenando su entrega a la casa de la moneda de Madrid. El general Hugo encontró una nota en el despacho del tesorero del cabildo indicándole donde se encontraba. El tesoro consistía en un gran cajón lleno de cálices, cruces, copas y numerosos cofres llenos de objetos no menos valiosos.

El ruido de esta rica captura se extendió rápidamente por la región y El Empecinado recibió de la Junta Provincial la orden de no escatimar nada para recuperarla. Pero todos sus esfuerzos fueron inútiles y el tesoro bien escoltado llegó sano y salvo a la Casa de la Moneda en Madrid [12].


Castillo de Brihuega,
construido por los árabes en el S. X. 







También hay que decir que Napoleón había trazado un plan para llevarse a París los archivos de todos los Estados que iba incorporando sucesivamente al imperio. El 10 de octubre de 1809, emitió decretos para llevarse los archivos de Viena, los del Vaticano, con el decreto de julio de 1809 y también los del Piamonte, Bélgica y los Países Bajos en 1811. 

Napoleón ordenó a Berthier, uno de sus principales colaboradores, que escribiera a Kellermann en agosto de 1810 para que se llevaran a Bayona la totalidad de los archivos de Simancas.

  En diciembre de 1810, mandó al Sr. Guiter, miembro del Cuerpo Legislativo, que los clasificara. El trabajo era tan enorme que se opuso ya que estos documentos ocupaban veintinueve habitaciones, lo que suponía retirar 280.000 kilos y utilizar 12.000 cajas. 

  En 1811, salieron hacia París 212 cajas sumando un total de 7.861 documentos, tomando Daunou posesión de ellos. En septiembre de 1814, el diplomático Pedro Gómez Labrador al servicio de Fernando VII solicitó su restitución que tuvo lugar en febrero de 1815. 

   En París aún quedaron algunos documentos diplomáticos de gran interés: negociaciones entre Francia y España de los siglos XV, XVI y XVII; correspondencia entre la corte de Madrid y sus embajadores en Venecia así como documentos de Estado relativos a los Países Bajos.

  Esos documentos permanecieron en el Archivo Nacional francés incluidos en la serie K, cajas 1385 a 1711; KK, registros de 1460-1463. 

[Charles-Alexandre Geoffroy de Grandmaison. La España de Napoleón. 1809-1811. Volumen 2. París. 1925. BNF Gallica.].

En 1942, se devolvieron al Estado español la totalidad de los documentos.



[1] Richard et Quétin. Guide du voyageur en Espagne et Portugal. Seconde édition. Paris. 1853. BNF Gallica.

[2] A. Germond de Lavigne. L’Espagne et le Portugal. 1867. BNF Gallica.

[3] Joseph Hugo. Mémoires du général Hugo. Tome 2. Paris. 1823.

[4] Œuvres complètes de Fléchier. Tome Septième. Vie du Cardinal Ximenès. Paris. 1827.

[7] La comtesse DASH. Mémoires des autres. Tome 6. Paris.

[5] Géographie Universelle de Malte-Brun refondue par Th. Lavallée. Tome premier. Paris. 1858. BNF Gallica.

[6] M. L’Admiral. Petit dictionnaire du tems, pour l’intelligence des gazettes et des nouvelles de la guerre. Seconde édition. Paris. 1747.

[8] Société de militaires et de gens de lettres (France). Auteur du texte. France militaire. Histoire des armées françaises de terre et de mer de 1792 à 1837. Tome 4. Paris. 1838. BNF Gallica.

[9] Société de militaires et de gens de lettres (France). Auteur du texte. France militaire. Histoire des armées françaises de terre et de mer de 1792 à 1837. Tome 4. Paris. 1838. BNF Gallica.

[10] Joseph Hugo. Mémoires du général Hugo. Tome 2. Paris. 1823.

[11] Comte de La Forest. Correspondance du comte de La Forest, ambassadeur de France en Espagne, 1808 – 1813. Tome 4, juillet 1810-mars 1811. Paris 1910.

[12] Société de militaires et de gens de lettres (France). Auteur du texte. France militaire. Histoire des armées françaises de terre et de mer de 1792 à 1837. Tome 4. Paris. 1838. BNF Gallica.







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   el 15 de diciembre de 2019 en Pontmain 53220

 
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